Es muy fácil afligir al Espíritu de Dios. Lo hacemos menospreciando la disciplina del Señor o des-animándonos cuando nos reprende. Si nuestra experiencia de santificación todavía es muy superficial, confundimos la realidad de Dios con las sombras. Y cuando el Espíritu de Dios nos redarguye, decimos equivocadamente: “Oh, eso debe ser el diablo”.
Nunca apagues al Espíritu y no lo desprecies cuando te dice: “Ya no seas más ciego en este asunto; tú no estás donde creías. Hasta ahora no te lo he podido revelar, pero lo estoy haciendo en este momento”. Cuando el Señor te disciplina sí, déjalo cumplir tu propósito en ti. Permite que Él te relacione correctamente con Dios.
"Ni desmayes cuando eres reprendido por él". Nos enfadamos con Dios y decimos: “Pues, no lo puedo remediar, oré y de todas maneras las cosas no salieron bien, no me queda más sino abandonarlo todo”. ¡Piensa lo que sucedería si actuáramos así en cualquier otra área de nuestra vida!
¿Estoy dispuesto a que Dios me sujete por su poder y realice una obra en mí verdaderamente digna de Él? La santificación no es la idea que tengo de lo que yo quiero que Dios haga por mí. La santificación es la idea de Dios acerca de lo que Él quiere hacer a mi favor. Pero Él tiene que conseguir que yo adopte una actitud mental y espiritual que le permita santificar me por completo, cueste lo que cueste.
(Heb 12:3 RV1960) Considerad a aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo, para que vuestro ánimo no se canse hasta desmayar.
(Heb 12:4 RV1960) Porque aún no habéis resistido hasta la sangre, combatiendo contra el pecado;
(Heb 12:5 RV1960) y habéis ya olvidado la exhortación que como a hijos se os dirige, diciendo:
Hijo mío, no menosprecies la disciplina del Señor,
Ni desmayes cuando eres reprendido por él;
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