Las Escrituras enseñan que el gran milagro de la encarnación
le da paso a la vida común y corriente de un niño, que el milagro de la
transfiguración se desvanece en el valle del endemoniado y que la gloria de la
resurrección desciende hasta un desayuno en la playa. Estos son los
decepcionantes finales de unos hechos impresionantes. Son una gran revelación
de DIOS.
Somos propensos a buscar lo maravilloso en nuestra experiencia con DIOS. Confundimos las acciones
heroicas con los héroes terrenales. Una cosa es pasar triunfalmente por una
crisis y otra muy distinta estar todos los días glorificando a Dios cuando no
hay testigos, ninguna exhibición pública, nadie que nos preste la menor
atención. Si no queremos aureolas, por lo menos deseamos algo que le haga decir
a la gente: "¡Este es un maravilloso hombre de oración!" 0,
"¡ella es una mujer muy piadosa y devota!" Si estas consagrado al
Señor Jesús de una manera adecuada, haz llegado a la sublime altura donde nadie
piensa en prestarte atención.
Lo único que se nota es que el poder de DIOS fluye a través de ti todo el tiempo. Nos
gustaría decir: “¡Oh, he recibido un asombroso llamado del Señor!”
Pero se necesita la omnipotencia del DIOS encarnado obrando
en nosotros para glorificarlo hasta en el trabajo más humilde. Necesitamos el
Espíritu para ser tan absoluta y humanamente suyos, que pasemos desapercibidos
por completo. La verdadera evidencia en la vida de un creyente no es el éxito,
sino la fidelidad al DIOS verdadero el LEÓN DE JUDA.
Establecemos como meta el éxito en la obra cristiana; pero
el verdadero objetivo debe ser manifestar la gloria de Dios como personas,
vivir una vida escondida con Cristo en DIOS en nuestras circunstancias humanas
cotidianas.
Nuestras relaciones humanas son las condiciones reales en
las que la vida ideal de DIOS debe
manifestarse.
(1Co 10:31 RV1960)
Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo
para la gloria de Dios.
AMEN……………………………